Cada noche, en Ainata, en las montañas de Líbano, una decena de voluntarios patrulla la zona para vigilar las hectáreas de árboles centenarios amenazados por la tala ilegal, un fenómeno cada vez más frecuente.

«Casi 150 robles pluricentenarios fueron cortados» desde principios de 2022, afirma Ghandi Rahmé, un policía municipal del pueblo, situado a mil 700 metros sobre el nivel del mar.

De aquellos árboles, el único vestigio son unos enormes troncos, víctimas de la acción de unos traficantes que suelen llegar de noche, cuando nadie los ve, con vehículos todoterreno y motosierras.

Los enebros pueden crecer por metros y durar hasta 500 años. (AFP)

El Ayuntamiento de Ainata, entre el Líbano norte y la llanura oriental de Becá, acusa a las bandas organizadas de talar esos viejos árboles, entre los que se cuentan robles y enebros, para luego vender la madera ilegalmente. Se trata de un negocio muy lucrativo en medio de la profunda crisis económica y social que padece el país desde hace cuatro años.

«Son libaneses de regiones de los alrededores», a veces «acompañados de obreros sirios», afirma Ghandi Rahmé, un hombre de unos 40 años y espesa barba. En septiembre, sorprendió a un grupo de ellos en flagrante delito.

El tráfico se ha agravado con la crisis económica que paraliza Líbano desde 2019: con un Estado en bancarrota, los guardas forestales —como ocurre con otros cuerpos de seguridad— ya no tienen medios para efectuar suficientes patrullas.

«Las masacres cometidas son espantosas», lamenta Samir Rahmé, un agricultor de unos 60 años, oriundo de Ainata.

La tala ilegal de árboles ha aumentado con la crisis económica en el país. (AFP)

Frente a esta situación, varios donantes —la mayoría, libaneses de la diáspora oriundos de Ainata— están financiando un equipo de agentes forestales. Desde que empezaron las patrullas nocturnas, «no se ha constatado ni un solo caso de tala ilegal», afirma, satisfecho, Samir Rahmé. Los habitantes destacan que cuando un árbol se tala de forma ilegal ya no vuelve a crecer. Pero no todos los municipios tienen el lujo de recibir ayuda para contratar guardias forestales, ni siquiera de forma temporal.

«El presupuesto que nos otorga el Estado se ha vuelto irrisorio», comenta Ghassan Geagea, alcalde de Barqa, un pueblo vecino.

Aunque se plantea pedirle a los vecinos que financien las patrullas, el alcalde duda sobre si estas serían realmente eficaces «habida cuenta del alcance del fenómeno».

Los infractores actúan en las áreas altas, lejos de Barqa. Allí desaparecieron varios enebros milenarios. En Líbano, la superficie forestal —ya corroída por la creciente urbanización y los incendios— cubre el 13% del territorio, según el Ministerio de Agricultura. Para que los habitantes se calienten en invierno, solo se autoriza la poda de árboles «enfermos», con la supervisión de la alcaldía.

La madera llega a venderse de forma ilegal tanto en Lïbano como en Siria. (AFP)

Paul Abi Rached, presidente de la oenegé Tierra Líbano, alertó recientemente sobre el aumento de las «masacres ecológicas», sobre todo la tala de enebros, en Líbano. Según el Ministerio de Medio Ambiente, el país alberga los bosques más importantes de Oriente Medio de ese árbol milenario, además de bosques de pino, roble, cedros y abetos.

El enebro es «uno de los únicos árboles que puede crecer a gran altitud y retener la nieve para que el agua se infiltre en las capas freáticas», indica Abi Rached. Pero desde hace unos años, su madera es cada vez más codiciada por los contrabandistas que, según sospechan los habitantes de la zona, la venden después en Líbano y Siria.

«Si no paramos la tala del enebro, nos encaminamos hacia escasez de agua y sequía», advierte.

LA deforestación ya había estado marcada en Líbano antes de la crisis de 2019. (AFP)

Y más aún si se tiene en cuenta que ese árbol crece «muy lentamente», explica Youssef Tawk, un hombre de 68 años natural de Becharre, en el Líbano norte. «Fuera de las reservas, se necesitan 500 años para que tome la forma de un árbol», explica.

«Talar este árbol es un crimen. Para mí, es como si mataran a un hombre», agrega Tawk, médico de profesión y fundador de una organización de protección del medio ambiente.

Por su parte, Dany Geagea lleva más de 20 años trabajando contra la tala del enebro en su aldea. Ha creado una organización y una reserva cerca de Ainata donde ha plantado unos 30 mil enebros.

«La tala ilegal no es algo nuevo, lo que lo es, es que ahora se hace de forma organizada», señala el activista de 46 años, que no guarda ningún parentesco con el alcalde de Barqa. Y las pocas veces que los malhechores son detenidos, acaban «liberados rápidamente», lamenta. «Eso es Líbano… Incluso la justicia está politizada».

Fuente: Excelsior