El dueño de un aeropuerto de Alemania ha aprovechado para poner vacunas COVID-19 sin permiso de las autoridades sanitarias. Y es que ahora que el pasaporte COVID se empieza a instaurar en muchos países para viajar o acceder al ocio, muchos de los que en su día se negaron a vacunarse contra el coronavirus han cambiado repentinamente de opinión.
Las colas en los vacunódromos vuelven a verse en muchos puntos del mundo, mientras que en otras regiones, ni siquiera un 1% de su población ha tenido aún acceso a la inmunización.
Podríamos preguntarnos cómo ha hecho para conseguirlas, pero lo cierto es que no ha necesitado hacerse con ellas porque lo que está administrando es una vacuna casera contra la COVID-19 diseñada por él mismo.
Sí, es cierto que antes de ser el dueño de un aeropuerto fue el director de un laboratorio farmacéutico. Se ve que al hombre le gusta diversificar el negocio. Pero incluso habiendo tenido una empresa de este tipo, es una grave irregularidad administrar a la población una vacuna que no ha pasado ningún tipo de control.
Por eso, como es lógico, la policía tuvo que acudir a pararle los pies justo cuando se encontraba en faena, administrando sus vacunas COVID-19 caseras a quienes se acercaban a su aeropuerto para inmunizarse. Para cuando llegaron las fuerzas del orden, ya había 50 vacunados, que tendrán que ser monitorizados. Porque esas son las vacunas que sí debemos temer. Las que no han pasado por los ensayos pertinentes para garantizar tanto su eficacia como su seguridad. Ahora bien, ¿qué dice el creador de esta vacuna casera sobre esas dos cuestiones?
El origen de la vacuna COVID-19 casera
El creador de esta polémica vacuna casera es el científico y empresario Winfried Stöcker, famoso previamente en Alemania por protagonizar duras declaraciones contra los refugiados, así como por realizar importantes donaciones a partidos de extrema derecha.
Ahora también es famoso por haberse saltado todos los protocolos necesarios para administrar una vacuna COVID-19 a la población. En su web personal cuenta que en su empresa previamente había desarrollado un test de diagnóstico basado en la detección de una subunidad de la proteína S1, presente en la cubierta del virus.
Explica también que, dada su eficacia, pensó que esto podría servir para desarrollar una vacuna de antígeno recombinante contra la COVID-19. Las vacunas de antígenos son aquellas que estimulan el sistema inmunitario mediante la introducción en el organismo de una pequeña parte del virus, normalmente alguna proteína de su superficie.
Así, nuestras defensas interpretan que ha habido infección, a pesar de que no haya penetrado el virus entero. Es una estrategia que se ha usado por ejemplo para el desarrollo de vacunas contra la hepatitis A y B. En el pasado el antígeno en cuestión se obtenía de la sangre de pacientes que habían pasado la hepatitis. Sin embargo, para mejorar la seguridad se pusieron en marcha las vacunas recombinantes, en las que dicho antígeno se sintetiza ene l laboratorio.
Eso es lo que hizo Stöcker, quien asegura que su vacuna contra la COVID-19 podría atraer la confianza de la población recelosa ante aquellas que son de tipo ARN mensajero. Pero la cuestión es que para atraer la atención no estaría mal que primero la hubiese probado. Y lo ha hecho, pero a su manera. Explica que ha llevado a cabo un ensayo clínico con cinco personas. Sí, cinco personas.
Explica también que le presentó la vacuna al Instituto Federal Alemán de Vacunas y Biomedicinas; pero que, en vez de darle su apoyo, “le demandaron fríamente”.
Por eso, al sentirse prácticamente boicoteado por el sistema, decidió comenzar a poner vacunas en su aeropuerto.
Fuente: HiperTextual.